jueves, 12 de marzo de 2009

La crisis es un lujo para los pobres


Cuando alguien se encuentra con un pie en el más allá y otro en el más acá, presa de una aniquiladora enfermedad, hay un momento en que el señor doctor (las más de las veces mero licenciado en medicina), con su cortejo de chicas de albas túnicas, anuncia a los posibles deudos: “Su enfermedad ha hecho crisis”. “¿Y eso qué quiere decir, doctor?”, le preguntan. “Muy sencillo: que a partir de ahora puede empeorar o mejorar”. “Ah...!”, suspiran aliviados en coro los confusos familiares, confortados con la esperanza que encierra tan sabia explicación, y vuelven los ojos empañados al enfermo, tan transparente ya, que se le puede ver el alma.
Hoy el enfermo es el mundo globalizado, su patología es económica, y pronto será política, pero las explicaciones de los economistas siguen siendo tan poco comprometedoras como las de los galenos. El 1º de diciembre de 2008 un grupo de economistas norteamericanos se atrevió al fin a dar la noticia de que el mundo acababa de dar a luz una crisis. Pero la dolencia económica que anunciaron en realidad tenía más de un año de edad, pues, según el NBER (National Bureau of Economic Research = Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de Estados Unidos), la crisis esparcía miseria desde diciembre de 2007.
Los economistas en cuestión no se atrevían a difundir la nueva porque no sabían si era mala o buena. “¿Estamos hundidos en la crisis o en camino a la recuperación?” No lo sabían, pero su prudencia de sabios les impedía reconocerlo. De hecho, hasta el momento no se atreven a saberlo. Y empezaré el párrafo siguiente con algo peor. En verdad, trágico.
Hace un año el mundo contaba—aunque contar es un mero decir—con 1,125 milmillonarios y éste, apenas con 793. El monto total de sus fortunas promedia los tres millones de millones de dólares... que, para abreviar, es mejor escribir como 3 teradólares (312 dólares o sea un 3 seguido de 12 ceros). ¿Un montón de dinero? En realidad no tanto, pues es 23% por ciento menos que en 2008, y apenas algo más que dos veces y media el Producto Interno Bruto de México en el mismo año. Gracias a Dios, Nueva York ha vuelto a ser la capital de los milmillonarios, honor que el año anterior le había arrebatado Moscú.
Quienes piensan que las fortunas mil millonarias las acumulan seres dotados de blancas alas pusieron el grito en el cielo porque a la revista norteamericana que publica la lista de los bendecidos con patrimonios astronómicos se le ocurrió la puntada de publicar el nombre del milmillonario 701 Joaquín Guzmán Loera, llamado por sus íntimos El Chapo, cuya empresa, según la misma publicación, es shipping (que podría traducirse como “embarques”. Algún día comentaremos aquí el origen de fortunas legendarias como las de los Rockfeller y otros angelicales potentados. Recordemos que no sólo el pueblo mexicano idolatra a quienes logran burlar el oblicuo brazo de la ley. Si fuera de otro modo, no habría sido glorificado en Francia el Arsenio Lupín creado por la pluma de Maurice LeBlanc. Pero prosigamos con las tragedias de verdad, y no con incidentes tan sombríos como los sótanos en donde son paridos los milmillonarios o tan etéreos como alimentarse de rebanadas de aire.
En realidad, medidos en dólares, los millones de trabajos que la gente ha perdido en todo el mundo, suman mucho menos que las pérdidas sufridas por los milmillonarios. Y esa sí que es una tragedia.
Bill Gates perdió 18 mil millones de dólares pero aun así recuperó el título de hombre más rico del mundo, en cambio Warren Buffet, primer milmillonario en 2008, perdió 25 mil millones de dólares pero sólo bajó al segundo lugar. Y por lo que “nos toca” podemos sentirnos orgullosos: “nuestro” magnate de las telecomunicaciones, don Carlos Slim, aunque perdió 25 mil millones de dólares, conservó la medalla de bronce que ya ostentaba desde 2008.
Que en Estados Unidos la tasa de desempleo haya alcanzado en enero el 7.6 por ciento, la más alta en dieciséis años, al haber sido despedidas 600,000 personas; o que 5,440,000,001 (incluido yo) de personas vivan con menos de 150 pesos diarios; o que hasta enero pasado le haya costado a México veinte mil sesenta y dos millones de dólares de sus reservas del billete con la escuadra y el compás en fallido intento por mantener la moneda por debajo de los 15 pesos por dólar, son pecatta minuta. El peso seguirá hundiéndose y el desempleo seguirá en ascenso. Pero a nosotros los mexicanos, o a los latinoamericanos en general, que ya estamos curados de espanto, una crisis económica más no nos quitará la embriaguez de vivir. Y podemos unirnos al optimismo con que John D. Rockfeller dio la bienvenida a la recesión económica también mundial de 1929: “Salgo a la calle y sólo veo rostros desalentados. No se dejen abatir. En mis 93 años de vida he perdido la cuenta de cuantas depresiones he visto venir e irse para en cada ocasión volver a ver que la prosperidad retorna”.
Tal actitud, decían los ingleses en sus buenos tiempos (los de la reina virgen), es vivir la vida deportivamente. Y quizá tenían razón, aunque acaso no sea tan fácil con el estómago vacío (¿“Barriga llena, corazón contento”?). Me atrevo incluso, corriendo el riesgo de perder a unos cuantos de mis mejores amigos, a declarar que la Economía es un deporte de lo más entretenido. De no ser así, los economistas ya se habrían aburrido de discutir qué fue lo que ocasionó la crisis mundial de 1929; si Roosevelt la manejó correctamente o si lo que en verdad la resolvió fue la Segunda Guerra Mundial o incluso si la conflagración fue causada para vencer la crisis; si la crisis actual será menor, igual o peor que la del 29 (se aceptan apuestas); si los 787 mil millones de dólares con que Barack Obama pretende reanimar la economía de la otrora primera potencia mundial, en verdad van a realizar el milagro, o se trata de un mero Fobaproa para los allegados, o un premio a la astucia de los banqueros y los corredores de bolsa... En fin, sobran las opciones que discutir y al parecer hay todo el tiempo del mundo para hacerlo. Y, a propósito, se me ocurre una pregunta más: ¿está usted dentro del magno acontecimiento de la crisis? Por fortuna esto sí podemos saberlo: ¿le alcanzó este mes la cantidad de dinero que siempre gasta para mantener a su familia? ¿O no le alcanzó y tuvo que pedir prestado?
Por el momento, es mejor comportarse con serenidad y guardar la adrenalina del espanto para cuando nuestros economistas proclamen que ha sanado la economía mundial. Entonces sí que habrá razón para preocuparse, pues, volviendo a la metáfora médica con que inicié estas “reflexiones”, recordemos que “El enfermo para morir se alivia”.

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