sábado, 16 de agosto de 2008

...y buena suerte míster Gorsky!



La ciencias y sus aplicaciones perduran llenas de incógnitas que en vez de despejarse crecen y nos abruman. A pesar de que en alguna fecha de este siglo en alguno de los virreinatos que constituyen el llamado Tercer mundo la Ley de gravedad fue derogada por un funcionario imaginativo y de gran iniciativa, la ley derogada sigue rigiendo la caída de los cuerpos y dándole una y otra vez la razón a Isaac Newton. Con Newton la ciencia se volvió verdaderamente predictiva, lo que la alejó por fin de la religión y la magia. Me asalta la duda de qué tan certero pudo haber sido el científico británico cuando, analizando minuciosamente el Libro del Profeta Daniel, llegó a la conclusión de que el mundo acabará en el año 2060. A mi edad ya no debiera preocuparme. Pero, como habría dicho mi abuelito: "La palabra del sabio es artículo de fe".

El 24 de julio de este año el veterano astronauta, Dr. Edgar Mitchell, que participó en la misión lunar Apolo 14, aseguró que los “aliens”—en su acepción de seres vivos e inteligentes que vienen del espacio exterior—existen; que él los ha visto y sabe que el gobierno norteamericano mantiene la información respectiva bajo hermético secreto. Avalado por la autoridad del septuagenario astronauta, que no es ninguno de los charlatanes que han convertido a los "aliens" en botín televisivo, el asunto se vuelve peliagudo, y nos deja en la indefensión, pues no tenemos manera alguna de comprobar su afirmación. Sólo la palabra del hombre que ya visitó el "espacio" y, como diría mi abuelita, "No lo dice Juan de los Palotes".

Décadas pasaron en que despertaba yo sobresaltado a medianoche preguntándome qué habría querido decir Neil Armstrong en la Luna cuando lanzó al espacio su deseo de buena suerte para un tipo que ninguna de las acuciosas instancias de investigación norteamericanas logró identificar, aun después de que, según dicen, lo sometieron a "agotadores" interrogatorios. Parte de la interrogante pareció resolverse en 1995, pero la parte medular, la relativa a la suerte, permanece en el misterio.

“Houston, aquí Base Tranquilidad, el Águila se ha posado” fueron las palabras con que Neil Armstrong anunció—a las cuatro de la tarde con 18 minutos, Hora del este de EU, el día 20 de julio de 1969—que el Módulo lunar, compuesto del Módulo de descenso acoplado al de Ascenso, habían alcanzado la superficie lunar. Los preparativos para que Armstrong descendiera por la escalerilla y se convirtiera en el primer humano en pisar suelo lunar duraron cosa de seis horas. De ahí que hasta las diez cincuenta y seis Armstrong no iniciara su histórico descenso. ¿Quién no se acuerda de la frase, de seguro ensayada una y otra vez, “Un pequeño paso para [un] hombre; un salto gigantesco para la humanidad”? (El "a" = "un" entre corchetes lo agregó la propia NASA porque ese fragmento de la frase se pierde entre el ruido de la comunicación.) Lo que prácticamente todo el mundo ha olvidado y la NASA, cuidado de ocultar en sus sótanos más oscuros fue la siguiente frase que Armstrong profirió poco antes de reentrar al alunizador: “...y buena suerte, míster Gorsky”. Era un acontecimiento tan espectacular que la frase se perdió entre la barahúnda del ruido electrónico y la cháchara técnica. Unos la olvidaron; otros sacaron sus propias conclusiones.

“...y buena suerte, míster Gorsky”. En las innumerables entrevistas de que Armstrong fue objeto a su regreso a la Tierra, nunca faltaba el reportero que le preguntara que a qué se había referido con esa frase completamente deshilvanada de la conversación más bien técnica que sostenía con Aldrin, aún a bordo del módulo lunar, con Michaels Collins, que sobrevolaba el satélite a bordo del Módulo de mando, y con el nervioso personal de Houston, Tx. En cada ocasión en que el astronauta fue interrogado al respecto se limitó a sonreír (¿cómo la Mona Lisa?).
Al fin el cinco de julio de 1995, luego de ofrecer una plática en Tampa Bay, Fla., Armstrong fue rodeado por los reporteros y uno de ellos sacó a relucir la consabida pregunta “¿Y qué fue aquel buen deseo para el señor Gorsky?” Armstrong contestó lo inimaginable: “Me acabo de enterar de que el señor Gorsky falleció hace poco. Ahora puedo contar la historia”.

“Cuando yo era niño estaba jugando beisbol con mi hermano en el patio trasero. El pegó un batazo que fue a dar al patio del vecino, la pelota rodó y se detuvo justamente bajo la ventana de la recámara de los Gorsky. Cuando agachado, para que no me vieran, me acerqué a levantar la bola, oí que la señora Gorsky le gritaba a su marido: ‘¿Sabes cuándo vas a tener sexo oral conmigo? ¡Cuando el hijo de los vecinos camine sobre la Luna!” En fin, como ustedes ven, de hecho nunca antes lo conté, no porque fuera algo secreto, sino tan sólo por respeto a Mr. Gorsky. Si alguna duda les queda, no se preocupen, es la misma que persiste en mí: ¿habrá tenido suerte al fin Mr. Gorsky?”

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jueves, 29 de mayo de 2008

¿El saturnismo es un humanismo?

Es posible, pues el saturnismo es el envenenamiento por plomo y el Homo sapiens (hombre degustador) empezó a practicarlo consigo mismo y con su prójimo desde hace unos ocho mil años. Los romanos usaban el “azúcar de plomo” (acetato de plomo, entre otros nombres) para endulzar el vino. Unos dos siglos antes del inicio de la era común, ya se sabía que este metal era tóxico. Vitruvio, uno de los ingenieros de Julio César, recomendaba que el agua fuera conducida por tuberías de barro en lugar de plomo, pues de ese modo el líquido era más saludable. El plomo, en cambio, le confería propiedades patógenas. Unos decían que producía anemia, otros que gota, y así siguieron especulando durante siglos. Aunque nunca estuvieron de acuerdo sobre la acción maligna concreta que este metal producía, todos concordaron en que no era nada bueno para la salud.
Se dice que en el Viejo Oeste la incidencia de muerte por plomo introducido en el cuerpo en forma de balas de pistola era extremadamente alta. (En la foto se aprecia uno de los últimos pobladores de esta región legendaria empuñando un dosificador de plomo.) Se ignora si la tasa de muerte por tal causa ha descendido, aumentado o es tan sólo ruido estadístico o periodístico, como lo asegura La Autoridad cuando se habla del aumento de esta forma de saturnismo masivo en el llamado DF.
En el siglo dieciocho, la ciudad norteamericana de Boston, gran parte de cuya población era entusiasta tomadora de ron, padeció lo que prácticamente fue una epidemia de envenenamiento por plomo. Fue el resultado de que buena parte de los tubos de los alambiques donde se destilaba el ron eran de plomo.
Más o menos en la misma época, o sea cuando empezó El Progreso, además de soldaditos de plomo, se fabricaban muchos objetos del peligroso elemento, cacerolas, ollas, cochecitos, pinturas y soldadura del mismo material.
Más hacia nuestros días, al perfeccionarse los motores de los vehículos, se necesitó una gasolina cuyo octanaje (que mide la resistencia de la gasolina a encenderse por la mera compresión y no por la chispa sincronizada de una bujía) se elevaba agregando plomo al volátil líquido. Al quemarse en los motores alimentados con esa clase de combustible rico en plomo sus tubos de escape, junto con otros venenos gaseosos, emitían plomo a la atmósfera, a la propia carretera y a los terrenos circundantes. Quzá es el plomo lo que da su particular cuerpo y sabor al aire del DF y otras ciudades avanzadas.
A pesar de los anuncios de que se había eliminado el plomo como aditivo de la gasolina y de que ya no se fabricaban objetos ni pinturas del dicho metal, en el año 2004 unos periodistas investigadores encontraron elevadas concentraciones de plomo en el agua “potable” de Washington, D. C.
En el año 2000 el economista Rick Nevin formuló la hipótesis de que la ingestión de plomo por diversas vías explicaba del 65 al 95 por ciento de la variación de la tasa de crímenes violentos (¿y también la de los no violentos como el incremento del terrorismo de Estado?) en la unión norteamericana.
Hoy en día parece haber consenso en cuanto a que los principales daños del plomo son de tipo neurológico. A veces los médicos dicen, en sus términos científicos: “Si, el plomo es bien malo: se va al cerebro”. Considerando que la densidad del plomo es muy alta, creo yo que lo dictaminado por la ciencia médica debe interpretarse en el sentido de que, al irse el plomo al cerebro, no sólo el individuo afectado se vuelve de ideas pesadas, sino que su centro de gravedad se desplaza más o menos desde el ombligo a la coronilla. Y el individuo con un centro de gravedad en posición tan elevada debe de ser muy propenso a caer y morir descalabrado.
Lucio Loftus
“Los hombres se dividen en 10 clases: los que entienden la numeración binaria y los que no (Hobart, M.—comunicación personal)”.

domingo, 11 de mayo de 2008

Trascendencia de los "errores" de traducción

A nosotros los traductores siempre se nos acusa, con el consabido cliché de "traduttore-tradittore", de distorsionar los textos, las más de las veces por ignorancia. Yo creo que somos ejecutores inconscientes del agente universal que compensa la maldad de las leyes de Murphy. Por ejemplo, de no ser por un anónimo traductor, el cuento de La Cenicienta sería mucho menos poético, pues, según el relato "original", la maltratada chava habría dejado olvidado cuando estaba por sonar la última campanada de su plazo una simple zapatilla de marta cebellina (o de ‘armiño’, como escriben algunos en inútil afán de adornarse). Aquí, el equívoco está en las palabras ‘vair’, marta cebellina, y ‘verre’, vidrio, que el escritor/traductor, en ilegal operación alquímica, transmutó en “cristal”. Yo creo que todo esto de la zapatilla de cristal es uno de los más antiguos precursores del surrealismo. Algunos opinan, por otro lado, que no fue error del traductor sino equívoco deliberado de Perrault, quien para hacer más "poético" el relato se sacó de la manga (o el pie) la cristalina zapatilla.

Pero esta falla simplemente es un paso más dentro del mundo mágico de Perrault. Yo creo que, si se corrigiera la involuntaria o deliberada aportación, el cuento perdería gran parte de su encanto. Mi falla favorita es ésa gracias a la cual se crea el cristianismo: la equivocación del o de los traductores del Antiguo Testamento de la Biblia en hebreo. En esta lengua ‘almah’ significa “mujer joven”, no “virgen”. La palabra para este rarísimo estado de nuestras amigas y compañeras es ‘bethulah’. De no haber hablado el discutido libro de “una virgen” que daría luz a un niño y “seguiría siendo siempre virgen”, tampoco se hubiera embriagado de milagros la imaginación de los que en aquella época hablaban con papas calientes en la boca. Época de decadencia del Imperio romano junto con sus dioses, venidos a menos, ante los recién llegados, un poco tolerados, un poco de contrabando, del Medio y el Lejano orientes. Y bien, en circunstancias maritales, digamos, irregulares, la casta esposa del carpintero José dio a luz, a término, un robusto bebé cuya infancia, adolescencia y juventud son hasta la fecha un misterio, más lumbre para el fuego de la imaginación mística, y cuya existencia adulta sería vertiginosa y abundante en anécdotas que, communicatore-tradittore, pasarían de generación en generación transformándose en hechos “históricos” y base de una de las religiones más generalizadas del mundo actual. ¿Es cierto que la vida de nuestro héroe terminó en lo alto de una cruz desde la cual se le oyó cantar claramente la optimista exhortación "Always keep at the bright side of life"?
Lucio Loftus

martes, 15 de abril de 2008

Volver a los diecisiete


Una vez fui adolescente. Recuerdo. Sabía menos que Sócrates pero aun así me intuía poeta. Este fue uno de mis primeros escritos, ¿o de los últimos? Pues nunca he dejado de adolescer:

Come posso stare una vita senza te

es mejor amor mío apostar nuestro resto al desamor
el desamor hace girar el mundo
el desamor todo lo vence
no nos espera amor mío
más eternidad que la del desamor
no hay quejas nadie se queja
de que falte en el mundo desamor

qué indestructibles amor mío
los lazos del desamor
hay amor mío como el nuestro
desamores que unen para siempre
desamores que trascienden la vida
y son amor mío desamores hoy
tanto como lo fueron ayer
y son y serán y no hay remedio
amor mío para el dolor 
del desamor que siempre me tendrás

Bien, creo que era 1959 o 60. Algo así. Recuerdo. Épocas en que se escribe lo que se pretende sea espejo de las hambres cotidianas. Recuerdo que hoy no escribo mejor. Sólo recuerdo que no recuerdo nada. Por eso sigo escribiendo hacia atrás. Carpe diem:
Lucio Loftus Cabrera (tío)

lunes, 14 de abril de 2008

Perdido en la weblogción


Lo he estado pensando por espacio de unas seis semanas: perderme expandiéndome en la weblogción, que, en mi caso, mejor podría ser la "wuevalogación". Trabajo con palabras que rara vez me sacan a flote. Lo cual no debe desconcertar, pues soy ciudadano de una de las tantas glotocracias atentas a los deseos de sus metrópolis, ansiosas de adivinar los deseos del saqueador para entregar los bienes que supuestamente tienen en custodia, debidamente inventariados. Yo no sé si soy un "bien"; lo cierto es que, como si fuera copia "legal" de WXP, tengo un número único de identificación. Quizá sea un "mal" por inventar e inventariar. Por tanto, pudiera ser, al igual que los combustibles fósiles, materia de privatización y en consecuencia objeto de explotación--¿es lo mismo que de explosión?. Si me lees y no sabes de qué estoy hablando tal vez sea porque no debo decir lo que realmente quiero y no sé cómo insinuarlo con la necesaria sutileza. Lo cierto es que si lo expreso abiertamente las palabras palidecerán, enmudecerán y empezarán a hacerse cosquillas unas a otras y a desvestirse de sus significados para refrescarse. Soy, como dicen, un superviviente, cuando se quiere aludir a la capacidad de aguantar pisotones en el baile de los náufragos sin que se le apague a uno la sonrisa. Pero últimamente río poco: sólo a la hora de rasurarme y ver a ocho columnas en lo que la erosión y la tala inmoderada me han convertido. Pero eso es apenas mi piel. Abro los ojos cuanto puedo en un intento por penetrar a mi interior, pero, una de dos, o mi piel de superviviente es demasiado gruesa y no deja pasar la luz o de verdad nada veo porque nada queda. ¿Quedamos en eso?
Lucio Loftus Cabrera (tío)