La ciencias y sus aplicaciones perduran llenas de incógnitas que en vez de despejarse crecen y nos abruman. A pesar de que en alguna fecha de este siglo en alguno de los virreinatos que constituyen el llamado Tercer mundo la Ley de gravedad fue derogada por un funcionario imaginativo y de gran iniciativa, la ley derogada sigue rigiendo la caída de los cuerpos y dándole una y otra vez la razón a Isaac Newton. Con Newton la ciencia se volvió verdaderamente predictiva, lo que la alejó por fin de la religión y la magia. Me asalta la duda de qué tan certero pudo haber sido el científico británico cuando, analizando minuciosamente el Libro del Profeta Daniel, llegó a la conclusión de que el mundo acabará en el año 2060. A mi edad ya no debiera preocuparme. Pero, como habría dicho mi abuelito: "La palabra del sabio es artículo de fe".
El 24 de julio de este año el veterano astronauta, Dr. Edgar Mitchell, que participó en la misión lunar Apolo 14, aseguró que los “aliens”—en su acepción de seres vivos e inteligentes que vienen del espacio exterior—existen; que él los ha visto y sabe que el gobierno norteamericano mantiene la información respectiva bajo hermético secreto. Avalado por la autoridad del septuagenario astronauta, que no es ninguno de los charlatanes que han convertido a los "aliens" en botín televisivo, el asunto se vuelve peliagudo, y nos deja en la indefensión, pues no tenemos manera alguna de comprobar su afirmación. Sólo la palabra del hombre que ya visitó el "espacio" y, como diría mi abuelita, "No lo dice Juan de los Palotes".
Décadas pasaron en que despertaba yo sobresaltado a medianoche preguntándome qué habría querido decir Neil Armstrong en la Luna cuando lanzó al espacio su deseo de buena suerte para un tipo que ninguna de las acuciosas instancias de investigación norteamericanas logró identificar, aun después de que, según dicen, lo sometieron a "agotadores" interrogatorios. Parte de la interrogante pareció resolverse en 1995, pero la parte medular, la relativa a la suerte, permanece en el misterio.
“Houston, aquí Base Tranquilidad, el Águila se ha posado” fueron las palabras con que Neil Armstrong anunció—a las cuatro de la tarde con 18 minutos, Hora del este de EU, el día 20 de julio de 1969—que el Módulo lunar, compuesto del Módulo de descenso acoplado al de Ascenso, habían alcanzado la superficie lunar. Los preparativos para que Armstrong descendiera por la escalerilla y se convirtiera en el primer humano en pisar suelo lunar duraron cosa de seis horas. De ahí que hasta las diez cincuenta y seis Armstrong no iniciara su histórico descenso. ¿Quién no se acuerda de la frase, de seguro ensayada una y otra vez, “Un pequeño paso para [un] hombre; un salto gigantesco para la humanidad”? (El "a" = "un" entre corchetes lo agregó la propia NASA porque ese fragmento de la frase se pierde entre el ruido de la comunicación.) Lo que prácticamente todo el mundo ha olvidado y la NASA, cuidado de ocultar en sus sótanos más oscuros fue la siguiente frase que Armstrong profirió poco antes de reentrar al alunizador: “...y buena suerte, míster Gorsky”. Era un acontecimiento tan espectacular que la frase se perdió entre la barahúnda del ruido electrónico y la cháchara técnica. Unos la olvidaron; otros sacaron sus propias conclusiones.
“...y buena suerte, míster Gorsky”. En las innumerables entrevistas de que Armstrong fue objeto a su regreso a la Tierra, nunca faltaba el reportero que le preguntara que a qué se había referido con esa frase completamente deshilvanada de la conversación más bien técnica que sostenía con Aldrin, aún a bordo del módulo lunar, con Michaels Collins, que sobrevolaba el satélite a bordo del Módulo de mando, y con el nervioso personal de Houston, Tx. En cada ocasión en que el astronauta fue interrogado al respecto se limitó a sonreír (¿cómo la Mona Lisa?).
Al fin el cinco de julio de 1995, luego de ofrecer una plática en Tampa Bay, Fla., Armstrong fue rodeado por los reporteros y uno de ellos sacó a relucir la consabida pregunta “¿Y qué fue aquel buen deseo para el señor Gorsky?” Armstrong contestó lo inimaginable: “Me acabo de enterar de que el señor Gorsky falleció hace poco. Ahora puedo contar la historia”.
“Cuando yo era niño estaba jugando beisbol con mi hermano en el patio trasero. El pegó un batazo que fue a dar al patio del vecino, la pelota rodó y se detuvo justamente bajo la ventana de la recámara de los Gorsky. Cuando agachado, para que no me vieran, me acerqué a levantar la bola, oí que la señora Gorsky le gritaba a su marido: ‘¿Sabes cuándo vas a tener sexo oral conmigo? ¡Cuando el hijo de los vecinos camine sobre la Luna!” En fin, como ustedes ven, de hecho nunca antes lo conté, no porque fuera algo secreto, sino tan sólo por respeto a Mr. Gorsky. Si alguna duda les queda, no se preocupen, es la misma que persiste en mí: ¿habrá tenido suerte al fin Mr. Gorsky?”