A nosotros los traductores siempre se nos acusa, con el consabido cliché de "traduttore-tradittore", de distorsionar los textos, las más de las veces por ignorancia. Yo creo que somos ejecutores inconscientes del agente universal que compensa la maldad de las leyes de Murphy. Por ejemplo, de no ser por un anónimo traductor, el cuento de La Cenicienta sería mucho menos poético, pues, según el relato "original", la maltratada chava habría dejado olvidado cuando estaba por sonar la última campanada de su plazo una simple zapatilla de marta cebellina (o de ‘armiño’, como escriben algunos en inútil afán de adornarse). Aquí, el equívoco está en las palabras ‘vair’, marta cebellina, y ‘verre’, vidrio, que el escritor/traductor, en ilegal operación alquímica, transmutó en “cristal”. Yo creo que todo esto de la zapatilla de cristal es uno de los más antiguos precursores del surrealismo. Algunos opinan, por otro lado, que no fue error del traductor sino equívoco deliberado de Perrault, quien para hacer más "poético" el relato se sacó de la manga (o el pie) la cristalina zapatilla.
Pero esta falla simplemente es un paso más dentro del mundo mágico de Perrault. Yo creo que, si se corrigiera la involuntaria o deliberada aportación, el cuento perdería gran parte de su encanto. Mi falla favorita es ésa gracias a la cual se crea el cristianismo: la equivocación del o de los traductores del Antiguo Testamento de la Biblia en hebreo. En esta lengua ‘almah’ significa “mujer joven”, no “virgen”. La palabra para este rarísimo estado de nuestras amigas y compañeras es ‘bethulah’. De no haber hablado el discutido libro de “una virgen” que daría luz a un niño y “seguiría siendo siempre virgen”, tampoco se hubiera embriagado de milagros la imaginación de los que en aquella época hablaban con papas calientes en la boca. Época de decadencia del Imperio romano junto con sus dioses, venidos a menos, ante los recién llegados, un poco tolerados, un poco de contrabando, del Medio y el Lejano orientes. Y bien, en circunstancias maritales, digamos, irregulares, la casta esposa del carpintero José dio a luz, a término, un robusto bebé cuya infancia, adolescencia y juventud son hasta la fecha un misterio, más lumbre para el fuego de la imaginación mística, y cuya existencia adulta sería vertiginosa y abundante en anécdotas que, communicatore-tradittore, pasarían de generación en generación transformándose en hechos “históricos” y base de una de las religiones más generalizadas del mundo actual. ¿Es cierto que la vida de nuestro héroe terminó en lo alto de una cruz desde la cual se le oyó cantar claramente la optimista exhortación "Always keep at the bright side of life"?
Lucio Loftus
domingo, 11 de mayo de 2008
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