Si los lugares comunes y las necedades no fueran peligrosos, ni Flaubert ni Gavilán se hubieran tomado la molestia de escribir sus sendos Diccionario de lugares comunes y Diccionario de necedades nacionales. ¿Quién, el primero de enero pasado, víctima de una cruda de más de quince días y con remordimiento post-derroche navideño, pudo estar a salvo de la reconfortante frase “Año nuevo, vida nueva” y de sentir calmado el desasosiego consecuente a la súbita privación de alcohol y de culminar su acto de contrición con un estentóreo “¡Borrón y cuenta nueva! ¡Este sí va a ser mi año! ¡Ajúa!” Para seguidamente hacer una lista mental de todo lo postergado desde la fuga del limbo de la infancia y que—¡ahora sí!—sería realizado en los meses por venir—quizá antes pero no hoy. También lo más seguro es que al instante los buenos propósitos hayan caído abatidos por otro lugar común y necedad nacional: “¡Mañana empiezo!”
Así es. No es fácil darse cuenta de que la frase “año nuevo” no es más que un tópico y no la entrada mágica a un nuevo dominio del tiempo, repleto de meses y días flamantes listos para ser estrenados, y propicios para realizar en ellos los antojos o verdaderas aspiraciones relegados quizá desde los 10 años de edad.
Al humano, cualquier pretexto le acomoda para hacer fiesta, y la de Año Nuevo suele ser de las más importantes. Asistir a fiestas, hacerlas, parece ser bueno para la salud, y para que el comercio prospere. Pero también es bueno para la salud mental y la emocional percatarse de que el tránsito del 31 de diciembre al 1º de enero es igual al paso de un día cualquiera a cualquier otro. ¿Por qué? Porque los más de treinta calendarios que actualmente se hallan vigentes en el mundo se contradicen unos a otros y, en particular, no coinciden en cuanto al día y la hora en que cada ciclo anual comienza. Tampoco concuerdan en cuanto a número de meses o de días, y algunos, como el Bengalí, ni siquiera en cuanto al número de estaciones. Nosotros “sabemos” que el año tiene cuatro estaciones; los bengalíes, que tiene seis: verano, monzón, otoño, seca, invierno y primavera. El año, pues, todos los días puede comenzar o todos los días terminar. Asunto de estado de ánimo y de voluntad.
El primero de enero de 2009 de nuestro calendario gregoriano fue también 19 de diciembre de 2008 del calendario juliano, antecesor del mencionado gregoriano; el día 6 del mes 12 del año Wu-zi del ciclo 78 o año 4706 del calendario chino; el 5 de Teveth de 5769 del calendario hebreo; el 4 de Muharram de 1430 del calendario islámico; el 12 de Dey de 1387 del calendario persa; el 11 de Pausa del calendario civil hindú; el día juliano 2454832.5; y si Napoleón no lo hubiera abolido habría sido el día 2 (duodi) de la década segunda de 217 (años de la Revolución contados a partir del 22 de septiembre de 1792). Y si, yendo más lejos aún, nos remitiéramos al calendario maya, nuestro primero de enero de 2009 habría sido, en el calendario “civil”: 13 kankin; en el religioso, 10 oc; y en la cuenta larga 12 baktun, 19 katun, 15 tun, 17 uninal, 10 kin. Los citados no agotan desde luego el número de calendarios vigentes en este inicio del, para nosotros, noveno año de nuestro siglo XXI.
Si, a pesar de que, como lo demuestra el párrafo anterior, todavía cree que ante usted está abierto un sinfín de puertas a la renovación, procure que sus propósitos no pequen de imposibles, para no frustrarse ni terminar víctima de la depresión. No intente dejar de fumar: espere a que el cáncer lo haga por usted. Tampoco se proponga vivir dentro del presupuesto, quiero decir, conforme a los ingresos laborales propios, no dentro de El Presupuesto. Usted me entiende, ¿no?
A las cero horas del 31 de diciembre ha sido tal la algarabía y el número de brindis previos y tal el tronar de cohetes, que pareciera que todo el mundo celebra unánimemente el arribo del año bebé. Nada más alejado de la verdad: apenas algo así como el 30 por ciento de la humanidad recibe el año nuevo en la misma fecha que nosotros.
Por cierto, que cuando terminábamos el coro de la cuenta regresiva y comenzábamos los brindis a las cero horas del 31 de diciembre de 2008, el año presuntamente nuevo ya tenía seis horas de viejo.
Ah, se me olvidaba: ¿sabe usted en qué fecha nació Jesucristo? Si no lo sabe, no se preocupe y siga celebrándolo en la noche del 24 al 25 de diciembre. Pues a ciencia cierta, nadie lo sabe. Los especialistas en el tema, después de estudiar todos los documentos que al respecto existen, suponen, sí, suponen, que el parto, feliz para María y embarazoso para José, ocurrió entre abril o septiembre del año 5 o quizá 6 a. C. (sí, antes de Jesucristo). El día menos pensado ahondaré en esta paradoja, arcaico preludio a las del tiempo einsteiniano.
sábado, 24 de enero de 2009
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